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A veces se nos olvida mirar atrás y pensar en la sustancia de la que estamos hechos. Se llama tiempo. Yo pensé en el tiempo un día que pasé por el puente de la carretera que cruza el río Guadalhorce de Málaga a Torremolinos y pude ver a los arqueólogos haciendo catas en el suelo delimitando los muros de la antigua ciudad fenicia de Mainake. Este poema lo escribí el año pasado recordando todo aquello, se titula "Las horas" y consta de tres partes. Ya creía que lo había perdido para siempre cuando se me aparece hoy entre las páginas de un libro de Miguel Hernández.
I
Antes de que vinieran las palabras
a poblar de sueños las estancias de la boca
cuando los sonidos del hombre
eran los sonidos de la piedra,
ya existía un poema gobernando el mundo.
Sucedió mucho antes que las palabras
poseyeran los misterios,
en un tiempo en que nadie nombraba
a nadie y el mundo era cuanto alcanzaba la mirada.
Posiblemente fue en una primavera como ésta
en la que los atardeceres comenzaban a ser largos
y el sol se aplomaba con fuerza sobre la tierra.
Allí donde el mundo tan sólo era gritos
hubo alguien que sintió un lamento
una especie de tortura de vivir y no saber,
como nos ocurre a nosotros
digamos cualquier clase de cansancio como el nuestro
y quiso expresarlo con un contorno especial de su garganta.
Probablemente se pondría en pie y haría un ruido extraño
y luego otro y otro,
sonidos que salían de su boca a veces tiernos
como hace el pájaro
o duros como el correr del toro.
Porque no existían las palabras, es verdad,
pero sí hubo un poema, quizás el primer y único poema
entre el silbar del aire en la montaña.
Y después calló
y tomó su piedra en silencio como hacían todos
y se puso a golpear contra la piedra
sin comprender el horror de quienes lo miraban.
¿De qué lugar del cielo vienen las piedras
que traen el fuego y el hierro? ¿Que rincón
del espanto guarda la palabra?
¿Qué poder misterioso encierra la voz
que ya para decir no necesita ver y señalar?
Las ciegas palabras, ¿bajo qué piedra se esconden?
¿Dónde estan aquéllas que ordenaron construir los muros de Ur,
la ciudad indestructible? Pero Ur fue destruida.
Hombres que poseeis las palabras llevad vuestro lamento
hasta Ekuru, la ciudad del sueño,
y si Ekuru se hunde, llevad el poema de boca en boca
como una piedra, para que no desaparezca.
Llevad sus versos hasta los muros de Nipur
o los de Nínive, porque amargo es el destino del hombre
que no recuerda y olvida las palabras.
Amargo su destino hasta que no escriba sobre el barro
el nombre de Gilgamesh, ahora que sabe
pronunciar todos los nombres.
II
Corred y llorad pues el que todo lo ha visto
viene de muy lejos.
Hasta los confines del mundo ha grabado su historia
sobre una estela de piedra.
Corred y dad gracias ahora que ya sabéis
escribir las palabras.
Corred y cantad ya que aquel que todo lo ha vivido
ha descubierto el secreto de lo que estaba velado
y escribe la noticia anterior al Diluvio.
Podéis bailar alegres
pero cuidadle, hermanos, para que su descubrimiento
no se pierda.
Ha llevado a cabo un largo viaje
y su rostro dice que viene de muy lejos.
Miradle, aunque está cansado su memoria ya no olvida
porque conoce el misterio de la escritura
y los poemas no irán más de boca en boca.
Cuidadle como un padre
su sombra es luz para los que regresan.
Dejad de temer al tiempo
que ya no os obligará nunca
desarmadas están las horas aunque la muerte regrese
y vuestras casas no duren para siempre.
Cuidad a Gilgamesh,
¿acaso no abandona la libélula su capullo sin importarle morir
tan sólo por ver el sol?
Hemos vencido a la muerte.
III
Mujer, escápate y busca al cansado viajero,
el solitario que ha recorrido caminos de ida
y nunca vuelve.
Díle que le amas.
Ahora que ha entrado en la choza de donde nadie salió jamás,
díle que allí donde es polvo la comida
mana una fuente.
Díle que beba en tus pechos y tome su sustento
como el pájaro de bellas plumas para que encuentre cielo
y salga y vuele.
Luego deja que descanse entre tus brazos
y te cuente y escriba lo que ha visto
pues ya no corre solo por la estepa
ahora que sabe que su tiempo se acaba.
Mira, amigo, le dirás,
anoche tuve un sueño,
vi el centro del mundo y en el centro
el mar
y un marinero perdido que estuvo en una guerra
y quiere regresar a su casa.
Dichoso tú si como él
encuentras brazos que te den la calma.
Dichoso si como él al volver al lugar desde donde partiste
te reconoce tu perro
y una mujer, ya vieja, te aguarda.
No importan las horas que hayan pasado
ni importa quién seas
ni tu nombre
ni si ahora pasas por un puente
entre Torremolinos y Málaga.
Importa volver sin que las horas te partan el corazón
y la soledad te mine,
importa cruzar un puente justo donde el río abre sus brazos
pues allí, justamente allí,
bajo las casas blancas,
una ciudad dormida te llama.
Mainake sigue aquí, viva en el alfabeto de sus habitantes.
¿Dónde está nuestro origen cuando se oculta
bajo la tierra y la arcilla?
¿Qué puede hacernos el tiempo
si Mainake fue destruida, Tartessos
fue destruida pero siempre quedará aquel poema?
Llevad vuestro lamento a otra ciudad que todavía guarde su nombre
y dejad solo al solitario
cuando pasa sobre el puente.
Dejadlo pues su silencio no le da ningún descanso.
El va a escribir este poema
mientras una a una lloran las piedras
que un día desaparecerán como vosotros.
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